EL CRUCE DE LOS ANDES - RESEÑA


Foto de propiedad del Cruce de los Andes - Graciela Zanitti


Foto de propiedad del Cruce de los Andes - Thiago Diz

Foto de propiedad del Cruce de los Andes - Foto Robert

Foto de propiedad del Cruce de los Andes






Foto de propiedad del Cruce de los Andes

Foto de propiedad del Cruce de los Andes

Foto de propiedad del Cruce de los Andes

Foto de propiedad del Cruce de los Andes









Foto de propiedad del Cruce de los Andes




Esta reseña se publicó en la revista Vida Activa
http://www.vidactiva.com.ec/1243-el_cruce_de_los_andes/

Fotos: Lourdes H o El Cruce

“Patagonia inmensa, cómo indagarte si fuiste hecha desde siempre indómita” – Dolores Guiraldes, fotógrafa argentina.


Según mi compañero del Cruce de los Andes, Pulga Torres, corrimos alrededor de 1500k durante el entrenamiento de 5 meses. Mi cuerpo ya estaba sintiendo la carga, me moría de sueño y de hambre y tenía pereza hasta de subir las gradas. ¿Sería capaz de correr los 100 kilómetros de la carrera?

Desde hace 13 años se corre el Cruce de los Andes. El objetivo es atravesar 100 kilómetros en 3 etapas por la cordillera que une Argentina y Chile. Cada año cambia el recorrido que siempre es hermoso y difícil porque va por montañas y volcanes nevados, valles y bosques con variedad de climas y altitudes. Esta vez participaron 30 países y las categorías Team y Solo –la mía- sumaron 2800 corredores.

El 90% ya está ganado cuando llegas a la línea de partida, porque todo puede pasar antes,  desde una lesión hasta la suspensión del vuelo. El 10% restante está en tus manos. El recuento de lo que fue el trayecto para llegar a la largada me dio tranquilidad. De Abraspungo a Dayuma por Los Culuncos, Ilaló, Lloa, El Chaupi, Papallacta, Chaquiñán, Pululahua, Lumbisí, Pichincha, y al final, el Cotopaxi. Limpia con ortiga, baño de hierbas, cascadas y duchaso con manguera… todo estaba dicho. Había empezado el “viaje sin retorno” pues nunca vuelves a ser la misma persona después de recorrer 100k en las montañas.

El 7 febrero de 2014 salimos desde Puerto Varas en medio de una madrugada lluviosa y fría cargando solo una mochila con agua y gel para enfrentar los 41k iniciales. La charla técnica de la noche anterior había cerrado con una frase: “Esta carrera es una locura y más loco es que ustedes estén aquí. Ahora están riendo pero veremos mañana…” 

El miedo se me quitó en los primeros 5 minutos de trote. Fuimos por la orilla del lago Todos los Santos al pie del Osorno que daba señales de despejarse. Dije: ¡esto es lo mío! Y después de unos pocos trancones corrí cuesta arriba en un paisaje parecido al refugio del Cotopaxi. Los caminos se parecían mucho a los del  Ecuador. Me iba diciendo: “este es un paseo por la hacienda, estoy con mis hermanos y primos y tengo todo el día para correr.”

Me encontré con el Pulga en el abastecimiento. Fuimos juntos por una ladera lodosa, bajamos las cuerdas y seguimos en lodo… fueron 12k de lodo hasta la rodilla. Los corredores se quejaban, tratábamos de no ensuciarnos pero a la segunda caída decidí que la cosa no iba a mejorar y troté como San Pedro sobre el agua, pensando en un mantra rítmico que me conectó con una parte de mi interior hasta ese momento desconocida. El premio fue un campo de margaritas blancas y lilas, algunas casitas con humo en la chimenea y la vista del lago Llanquihue con las carpas celestes del primer campamento.

¡Qué buena vida la del campamento! Meterse al lago helado para refrescar las piernas, lavar la camiseta, organizar la carpa asignada, almorzar o cenar según la hora de llegada, hacer la fila para el masaje, fila para el baño, fila para lavar tus platos, y en cada fila conversar de la jornada con nuevos amigos de todo lado. Especialmente con los argentinos que narran los 41k como partido de fútbol.  

Dormimos con cierta preocupación de lo que pasaría en el día 2.

Las condiciones climáticas en la cumbre del Puntiagudo no permitieron seguir la ruta establecida y la largada demoró hasta las 2pm. A esa hora ya estábamos recuperados y con ganas de correr. Los vecinos de carpa, al principio, distantes, ya eran colegas de barrio y las quejas por los dolores musculares se hacían públicas con total apertura.

La velocidad de esta etapa de 20k fue dura pero buena para aflojar. En eso coincidimos con los campeones mundiales, Marco De Gasperi y Dakota Jones, con quienes conversamos pues “somos del gremio” como dice Iván Vallejo. Otra vez al lago, ir a comer y dormir temprano con la vista despejada del Osorno y un cielo con media luna.

El privilegio de estar en medio de la Patagonia en una carpa comenzó hace 7 años cuando leí sobre El Cruce en un afiche en Buenos Aires. Era como un sueño. Yo corría maratones en ese tiempo y 100k en el campo era demasiado. Admirable, lejano e imposible. Luego la semilla fue creciendo y el amor a la naturaleza heredada de mi mamá se sumó al Reto21x24 por el Yasuní. La North Face fue la revelación junto con los amigos descomplicados y fuertes que encontré en este deporte de aventura. Iba a cumplir la misión con entusiasmo y respeto ante tanta belleza, pidiendo permiso a la montaña como nos habían enseñado Nelson Vásquez y mi hijo Manuel.

El Cruce me enseñó que los problemas se aclaran con un trote en la montaña; que debemos existir en el desapego pues podemos sobrevivir con una mochila de agua y un techo; y que mi mejor compañía es conmigo mismo.

Arranqué la etapa 3 “en la hacienda de Dios” con la energía recogida de cada mensaje de chat, mail y FB y los abrazos de mi papá y mi familia, de mis amigos y mis entrenadores Guido Bustillos, Agüita Dávalos, Nelson Vásquez, Mónica Crespo y Gonzalo Calisto. 

Fue increíble la largada con todos los volcanes despejados. Otra vez dependíamos de nuestras piernas y del agua del camelbag. Subimos 15k de pendiente casi vertical, con los helicópteros sobre nosotros. Mi bandera ya era conocida: me decían “Tranqui Ecuador” ó “Ya va Ecuador” lo cual me hacía matar de la risa. Después de la cumbre, una gran bajada de arena y un chaquiñán de 10k, mágico, de piso suave, perfecto para correr.

Quizás por ser zona de duendes, o por el cansancio acumulado, o por trotar a un ritmo extremo, empecé a ver animales en el trayecto: gato, ratón, libélula, movimientos en el bosque... entonces tomé lo último que quedaba en la botella de gel y bajé el ritmo. Tuve un par de suelazos en el lodo y se terminaron las visiones.


Qué alegría sacar la bandera para llegar a la meta, qué lágrimas cuando nos dimos el abrazo con el Pulga campeón que hizo 45 minutos menos que yo en los 90k. Y qué cierre tan completo al recibir el trofeo por llegar en primer lugar de mi categoría después de 14 horas de total satisfacción.


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