CLASIFICAR A BOSTON: CUANDO EL TRABAJO DE AÑOS SURTE EFECTO
En Primicias: https://www.primicias.ec/noticias/firmas/clasificar-maraton-boston-trabajo-surte-efecto-deporte/
Mi hijo Francisco iba en el taxi por el centro de
Buenos Aires hasta el Obelisco, para el primer encuentro conmigo una mañana
lluviosa de octubre. El conductor le preguntó (¿cuándo no preguntan los
argentinos?):
—¿A quién vas a encontrar en la maratón?
—A mi mamá.
—¿Ella
corre?
—Sí.
—¡Eres un cobarde!
—Pero yo juego fútbol, corro detrás de la pelota.
—¡Eres un cobarde!
Yo había salido en taxi a las seis de la mañana. Llovía
poco, un día espectacular para correr. Sonreí acordándome del comentario de un
jefe que tiene algo de sobrepeso:
—¿Cuánto tiempo haces en la maratón?
—Aspiro a hacer tres cuarenta y siete…
—¿Tres días? ¿Tres meses?
Pasar entre los deportistas es una sensación chévere.
Viví la frase del libro Women’s Running:
“imagínate en la línea de partida, donde perteneces, entre tus valerosos
competidores”.
Dejé mi chompa en el camión guardarropas y qué
emoción, caras-conocidas: ¡ecuatorianos!
Uno de ellos decía: “Me preocupa la lluvia, se
mojan los zapatos”. Su entrenador Freddy Vivanco casi gritó: “¡el clima está
perfecto! ¡Mejor, imposible!”
Agradecí a Dios por haberme oído. Dios, mi mamá,
mi papá, todos estaban a mi favor.
El día anterior la temperatura había llegado a 27
grados centígrados con cielo despejado. Hoy, 15 grados con lluvia. ¡Mejor,
imposible!
“A ocupar sus puestos. ¡Disfruten la carrera!” –ordenó
Freddy.
Sonó el disparo y comencé a trotar. Estaba
jugada…
Había pasado nerviosa las semanas antes del
viaje, a pesar de los entrenamientos cumplidos, de no tomarme un trago, nada de
azúcar o pan blanco, cero junk food o
trasnochadas. Masaje y natación para aflojar, Berocca, Benutrex, Pedialyte, Gatorade,
pasta y proteína…
Para relajarme la noche anterior, leí la historia
de un ultramaratonista que me recordó a mi hijo Manuel por su fuerza y actitud.
Decía: “todo el
trabajo consciente e inconsciente que has estado haciendo en los últimos años
finalmente va a surtir efecto”.
Me dormí pensando: voy a perseguir la gloria.
Ahora todo dependía de mí. Solo tenía que
mantener mi plan.
Alguien me gritó: “¡Vas bien Ecuador!” (llevaba
la bandera en mi espalda). En la maratón el cuerpo responde a la perfección las
primeras 13 millas, pero no hay que confiarse.
Kilómetro 15. Me acercaba al Obelisco. Oí gritos:
¡Dele Luli, fuerza! Ahí estaba Francisco con dos amigas ecuatorianas.
Qué lindo mijo. Me tomó una foto y luego otra. Verle
a Francisco me llenó de energía, pero también casi lloro.
Cuando rodeamos La Bombonera, un corredor
brasileño me dijo “vamos a 5:30, buen ritmo”. Me pegué a él y en un puesto de
hidratación me pasó agua que agarré al vuelo. (En Quito hubiera “cogido” al
vuelo, pero es mala palabra en Argentina).
Era su maratón número 15. Yo iba por la tercera.
“Ya falta menos, ya falta menos” -decían los
espectadores. Yo pensaba: solo un kilómetro antes puedes decir que ya llegas.
No me podía permitir ni un solo pensamiento
negativo. Pasamos el puerto, los barcos gigantes, esa parte que solo conoces si
corres la maratón de Buenos Aires.
Inexplicablemente esa zona feroz, de personajes
siniestros, policías, de brea y agua verdosa, me gustó. Me dije: qué haces
aquí, bestia.
Kilómetro 30. “Brasil” me dice: ¡a los 30
comienza la vida! y se despide acelerando el paso. Veo los árboles rosados y
lilas de la Costanera y pienso en mi mamá que está en el Cielo. Nada de llorar.
Francisco ya había tomado otro taxi y esta vez el
conductor lo ve con una botella.
—¿Qué llevás allí? -pregunta.
Se trataba de “la voladora”, receta del entrenador
Freddy: Coca Cola, Gatorade, té y un poco de azúcar. Para revivir a un muerto.
—Es la voladora –contesta Francisco
—No sabés que están haciendo antidoping a la llegada.
—Es solo Coca Cola con otros líquidos.
—Te van a descalificar.
Obviamente acepté la voladora en cuanto vi a mi
hijo.
El próximo encuentro sería en la llegada.
Kilómetro 32. Freddy me alerta:
—Te faltan
Estaba en un momento duro, pero sabía que pronto
me iba a sentir fuerte. La maratón es como la vida: tiene altibajos. Solo hay
que enfocarse en el momento.
Recordaba las palabras: “correrás bajo cualquier
circunstancia”. “Después de un segmento duro, te sentirás fresca”. Alternaba un
rosario un poco incoherente con el anuncio
publicitario Addicted to life.
Kilómetro 38. Uf, qué larga la Costanera. ¿Dónde
se terminará esta mier..?
“¡Dele Luli, ya llega!” -mi hijo y sus amigas en
el último kilómetro.
Ya llego, y sí voy a clasificar ¡chugcha!
Kilómetro 42 y 195 metros.
¡Buena mamita, clasificaste a Boston!
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