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Cuando mis hijos eran chiquitos, llegó a nuestra finca en el Pichincha una caja con 100 pollitos. Qué lindo, íbamos a comenzar un gallinero, tendríamos huevos, carne, más pollos. Lo cierto es que comenzaron a morirse uno tras de otro. Amanecían muertos de diez en diez. En la desesperación, bajamos a los sobrevivientes a Quito y en la casa de mi mamá instalamos una incubadora con luces y calor.
Que
no deben ir sobre periódico porque eso les mata, que los fuertes matan a los débiles,
que están con una plaga. Lo cierto es que quedaron 10 pollos grandes y fuertes
que en adelante nos dieron huevos, carne y más pollos.
Mi
hijo Francisco tenía tres años, y antes de este fatal episodio, me pedía que le
dibujara un perro, un gato, un tractor. Durante el oscuro proceso de enterrar
pollos a diario me dijo un día: mami, dibújame un pollito muerto.
Creí
que necesitaba un psicólogo para ayudarle a sobrellevar el trauma, pero mi mamá
que era sabia me dijo que así es la vida, que a los niños no hay que ahorrarles
los dolores del día a día.
Mar
Romera, maestra española dice lo mismo en un video de BBVA: evitamos que
nuestros niños se caigan, se estropeen, pierdan en el juego, cuiden su mascota,
sean excluidos de la fiesta de una compañera, etcétera; de tal manera que
cuando viene una situación traumática real no están preparados
para ello. Y añade: “lo contrario, o sea someterse a la caída para hacerse
fuerte, “jorobarse”, es obtener las herramientas para la lucha diaria”.
Las cosas buenas no llegan fácil. Hay que
sospechar de los que nos quieren “regalar” dinero, privilegios, y más si son
políticos. Esperar a que nos caiga la herencia o la lotería nos vuelve
inútiles.
“Yo
creo en la inspiración, pero a partir de muchas horas de trabajo” –dice el
escritor ecuatoriano, Javier Vásconez. “En Ecuador la gente cree que el mundo
nos debe algo.
¡Nadie
nos debe nada! –añade.
Cada uno tiene que hacerse a sí mismo.
La
plataforma We Transfer publicó un reportaje que se llama “Tu mantra del 2020” y
muestra cómo distintas personas de varios sitios del mundo han sobrellevado la
pandemia. Algo tan duro y extraño va produciendo cosas buenas, mejores, nuevas,
maravillosas.
Alice
Aedy, cineasta y periodista dice que es experta en contar historias de otras
personas, pero no la suya propia. En el 2020 esa habilidad fue arrancada de
pronto: no podía viajar ni entrevistar. “Tuve que entrar dentro de mí, hice
cosas diferentes, evalué si mi trabajo sirve a alguien. Ahora he mejorado la
forma de contar historias, en especial de mujeres, con empatía, escuchando sin
juzgar”.
Su
mantra es: no dejes que la duda te defina.
“Me reconecté con la pasión sobre lo que hago y encontré nuevos caminos” –dice
Alice.
Natasha
Jen, es diseñadora. Tiene el mantra, hacer
previene la sensación de hundimiento, pues según ella, hacer, crear,
trabajar, canaliza tu enfoque mental y te ayuda a sobrellevar la incertidumbre.
Holly
M. Kholi-Murchison, creadora de software y aplicaciones tecnológicas, fue experimentando,
como todos, las palabras: refugio, cuarentena, distanciamiento, aislamiento. Y
como muchos de nosotros, fue transformando sus sensaciones en algo creativo. Su
mantra es: sal del aislamiento hacia la
intimidad. Holly descubrió dos realidades: incrementó su capacidad de crear
y lo hizo a través de encontrar dentro de ella todo lo necesario. Sin juzgarse
ni juzgar.
Mi
propio mantra es y ha sido: cualquier
cosa menos la depresión. Crear, trabajar, cansarse, aprender, enamorarse, o
enojarse, pero no dejarse llevar por la angustia ni la tristeza, ingredientes
principales para la depresión. El mejor antídoto es salir, salir, salir. Al aire
libre, a hacer ejercicio, a contemplar y explorar la naturaleza.
Sal
por la puerta.
¿Cuál
es tu mantra?
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