¿POR QUÉ CORREMOS?


Reflexiones después de Chicago

Por George Lalama, Octubre 2011


Cuando uno cuenta a sus conocidos, amigos, parientes que va a correr una maratón, la pregunta, indefectiblemente surge: ¿por qué? La gente te mira como a un loco y, la verdad, quien dude de la cordura de un maratonista no deja de tener algo de razón: parece raro que alguien pueda disfrutar el dolor intenso de los músculos luego de haber corrido cuatro horas, o que las uñas de los pies se pongan negras y se caigan, o levantarse todos los días antes de que amanezca para correr sin importar el clima…

Por mi parte, adivino que la respuesta es que correr una maratón es tan gratificante porque no tiene explicaciones, se hace “porque sí”. Es evidente que cada persona tendrá sus propias excusas pero, para mí, es simplemente el placer de buscar los límites de lo que uno puede hacer y obligarse a traspasar esos límites.

El enemigo a vencer es el cansancio, pero sobre todo es uno mismo: esa voz interna que te dice que no puedes, que es mucho esfuerzo, que todo te duele y es el momento de abandonar… solo la obstinación por llegar a la meta te hace seguir: sigues porque de tanto entrenar, de tanto pensar, aprendes a tener fe en ti mismo y le pierdes el miedo al siguiente paso, al agotamiento o simplemente a la desesperación de sentir que las últimas dos millas son eternas; sigues porque invertiste tanto tiempo, tuyo y de tu familia, que las últimas cuatro horas ya no son nada; sigues porque cada paso que das te acerca más a la meta; sigues porque sabes que cuando acabe, realmente podrás saber lo que es descansar…

Al llegar el día de la carrera, parece que ya has dado todo: entrenamiento que sumados dan casi 100 kilómetros por semana, disciplina militar, austeridad que te obliga a declinar las invitaciones, las comidas en exceso, el dormir tarde… y no aflojas porque sabes (o te figuras) que cada segundo invertido te hará cruzar la línea del kilómetro 42.

Y cuando terminas, solo levantar los brazos, parar el cronómetro y saber que triunfaste. En ese preciso y efímero instante los sacrificios, el esfuerzo, el dolor tienen sentido: ¡lograste cruzar la meta! Caminas los siguientes cien metros, totalmente tieso, seguramente bañado en sudor y sonriendo a los otros triunfadores. A esos locos que al igual que tú conservarán ese momento como una conquista, como una victoria de la voluntad y de la perseverancia.

Luego recibir la medalla, la foto, los abrazos…

Entonces, solo entonces, te permites pensar en tu siguiente maratón…

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