LA MAGNOLIA Y LOS PERROS









Las hojas brillantes se mueven con el mínimo viento y es como un saludo o un adiós, así: van y vienen. Mi árbol de magnolia me estremece en su inmensidad. Cada día de este encierro sigo la vida de una flor de magnolia y su paso es tan fugaz que me entristece porque en apenas una semana es capullo, flor, pétalos, flor y abejas y al fin, fruto. Vamos 11 semanas y han muerto 11 flores.

También hoy me entristece mi perrita Maki porque al subir a la buseta que le llevaba a un hogar temporal, se puso a temblar. Era la primera vez que se alejaba de nuestra casa. No me fijé, pero seguro tenía las pupilas dilatadas a punto de estallar. A dónde me llevan, debió pensar sorprendida y luego, en el camino, seguiría preguntándose qué pasa, desconsolada. Al llegar se metió en sí misma, con su espalda encorvada y su cola metida entre las patas. Esto último me confirmo Juan Carlos que la cuida. Por eso fui a verla. Que alegría cuando llegué, su juego, su cola moviéndose rápido, sus manos sobre mis brazos. Que ternura sentí y que compasión siento ahora recordando. En plena pandemia no me importó sacarme la mascarilla y matarme de la risa y trotar con mi Maki. Que pasen los días pronto y puedas volver a nosotros perrita linda. 

Hoy quiero llenarme de perros. Sentir perros. Y juntos ver las hojas de la magnolia y enternecernos por su movimiento. 


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