Sin el hormiguero de gente para qué carros


Soy idiota, mi trabajo no requiere estar en Nueva York que tiene un clima horrible. Podría trabajar desde Hawaii y haría surf cada día. Son palabras de Ken Perlin, gurú de diseño gráfico de la Universidad de Nueva York, dichas en el 2000.

Un visionario, dice Sánchez-Crespo, quien postea algunas reflexiones en Twitter:

El progreso científico no es continuo, sino que avanza de golpe, como la telefonía. El coronavirus metió a la casa al 60% de la humanidad por 2 meses. Nada va a ser igual, nada debería ser igual después de esto. La crisis sanitaria ha precipitado cambios que ya se estaban produciendo: deja visibles estilos de trabajo que conllevan pérdida de tiempo y frustración.

Muchos trabajamos hace años desde la casa y no nos enteramos que afuera hay una pandemia, dice un “computer freak”. Otros en cambio decimos: pude hacer un alto a mi vida y respirar la tranquilidad de mi casa.

Dani dice que ahora trabaja mejor que antes porque no tiene que ir al tráfico de 45 minutos o más, ni soportar los retrasos en reuniones.

En efecto, ganamos una hora y media o más cada día al evitar el transporte. Incluido los 20 minutos de arreglo personal antes de salir, la búsqueda de parqueadero, un posible trancón, accidente, falla mecánica, etcétera.

Este tiempo ahora lo invertimos en hacer ejercicio, en salir a pasear por el barrio, a tomar el sol, a compartir con los de la casa. Antes no salíamos a caminar, ahora soñamos con eso.

Según la OIT (Organización Internacional del Trabajo) cuatro de cada cinco personas (81%) de la fuerza de trabajo mundial están siendo afectadas por cierres totales o parciales en su lugar de trabajo. Este dato escalofriante va a tener consecuencias. En Ecuador, según Mónica Orozco de diario El Comercio, ya se han sumado 500 000 personas a la informalidad una vez que perdieron el trabajo. El cambio se está dando y es mejor elegir lo más rendidor y positivo en términos laborales. Moverse en bicicleta para repartir productos; hacer talleres por internet para enseñar diseño gráfico, a cocinar, a tocar la guitarra, otro idioma. Hacer telemedicina y tele-terapia psicológica. Con algo de conocimiento o un tutorial, hacer una huerta en la casa o el barrio. Y aprovechar las apps de trueque. Hay que pensar en el decrecimiento como algo bueno y necesario. Y más bien crecer en otras aristas como la responsabilidad social, la protección del ambiente, la espiritualidad.

En mi caso personal elijo seguir en el teletrabajo para siempre, si es posible. Incluso estoy pensando en vender mi auto. Al no ir a la oficina, ahorro dinero en gasolina, repuestos, parqueo, peajes, multas. Mi espacio ahora es nuestro espacio, y es ocupado por algún compañero cuando asiste de manera presencial. Esa misma presencia ahora es más real, menos forzada, dice Dani. Esto es impresionante: ¿para qué nos tenían ahí, marcando tarjeta con un horario que solo nos estresaba? Los millenials ya se cuestionaban el que tuviéramos que estar 8 horas o más “calentando el puesto” o inventando cualquier pretexto para salir a hacer cosas más productivas que sentarse en el escritorio.

El trabajo presencial va a ser reemplazado por el trabajo consistente y enfocado. Se reduce el uso de energía eléctrica, agua, papel, aire acondicionado, ascensores, guardianía. Quedan vacíos los grandes edificios, mamotretos de cemento, se necesitan menos avenidas y más parterres y parques floridos. Los restaurantes se diversifican y se vuelven terrazas acogedoras. Las famosas zonas comerciales se acercan más a los vecindarios, donde la gente está teletrabajando para salir algún rato a caminar y a tomarse algo.

Qué mil nuevos servicios usando la videoconferencia cotidiana van a surgir para tener en cambio más tiempo de presencia deseada, buscada, en terrazas, plazas, en cafeterías al aire libre. Pensemos en este y otros cambios y hagámoslos nuestros.

Como dice Dani: “se imaginan ciudades menos cargadas de grandes hormigueros que se mueven hacia y desde el trabajo. ¡El cambio es monumental!”

Así como el fin de la Segunda Guerra Mundial catapultó a la industria y perjudicó al planeta; el fin de la Pandemia del Siglo debería impulsar a los emprendedores locales, a las reuniones reales, a hacer comunidad y a sanar al planeta.


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