De chicos vivíamos como en cuarentena

 

De chicos, todo era así, como en cuarentena. Jugábamos en el jardín o sobre los muros y la tapia. La casa estaba viva, cada rincón tenía un sentido y un dueño. Nadie podía topar mi cama o mi cajón en el escritorio, que era de todas las hermanas. Las ventanas eran importantes porque nos conectaban con el mundo. El Pichincha se veía claro desde mi dormitorio adornado por la palmera de la casa de enfrente. Al lado izquierdo estaba el colegio Borja Los Andes que en cierta forma era la parte masculina del mundo, pero que en vacaciones pasaba a ser nuestra gran cancha de juegos y aventuras.

Lo principal era el cielo. Yo hablaba con el cielo y las nubes, con los pájaros que volaban por ahí y las golondrinas que se paraban en los alambres.

La vida social era jugar con las amigas del barrio, resorte o rayuela en el patio, jacks en las gradas y paleta en la calle, sin problema de autos porque pasaban uno o dos en toda la tarde y a 20 kilómetros por hora.

La cuarentena que hoy vivimos me recuerda a esa época de paz y vecindad. De los aromas que venían de la cocina, de perros ladrando, atardeceres con cielos de colores, horas y horas leyendo.

Los espacios se respetan también porque alguien sin mucho preámbulo ya se apropió de la mesa del comedor, de una ventana del dormitorio, de la hamaca y del sofá. La conversación es cotidiana: pedí hielo a la casa de al lado. Les presté una cebolla. Vino el camión de la basura. El perro del vecino se ha peleado con los nuestros. Hay limones para repartir.

Es doméstica: cierren las ventanas porque hay chiflón. Voy a lavar ropa por si alguien quiere darme algo de la suya. No hagan bulla. Si me llaman, estoy en el jardín.

Con horarios fijos: a las 6 corro yo porque a las 7 sale el vecino; a las 11 visita a mi papá por el muro; de noche pasean los perros.

Las novedades son caseras: hice lasaña. Cambié el orden de mi cuarto. Tomemos el té afuera.

Los cielos sí son los mismos, sino que en cuarentena les hemos vuelto a ver. Y a hablar. Y el Pichincha sigue ahí tapado por otra palmera. Pasó el tiempo y andábamos apurados, pero pensándolo bien, nada ha cambiado. 


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