Dicen que los corredores, mientras corren, hablan de todo, política, economía, lo que hicieron el fin de semana y también de problemas personales.
Y cuando se
encuentran, donde sea, hablan de correr.
Generalmente al terminar la “larga” de los sábados vamos a
desayunar y como siempre, yo me pido algo que en la casa no suelo preparar: pancakes. Ya me dijeron que soy la
“mas-carilla” porque también pido jugo de naranja, café, mantequilla y
mermelada, y pan baguette.
Este lugar de desayuno es nuevo. Por casi 15 años hemos ido a
otro, pero, lastimosamente, se olvidaron de que somos clientes antiguos y nos
trataron mal.
Ese es el error número uno de mala atención al cliente:
volcar en éste el malestar generado por algún problema de la empresa, la
hablada del jefe, y esta vez, la multa del Municipio. Días antes algunos
comensales habían movido las mesas instaladas con el fin de tener
distanciamiento social. Y surgió el reclamo de la autoridad.
Nosotros no tuvimos nada que ver y llegamos como siempre,
nos sentamos a distancia, y nos dijeron que así no estaba permitido. Tratamos
de mover un poquito dos sillas para poder conversar y dijeron que ‘así no
estaba permitido’.
Un señor de la mesa vecina se levantaba ya e incluso nos
prestó su alcohol para desinfectar las tarjetas de crédito. Hicimos algún pedido
a la mesa, y dijeron que no estaba
permitido. Entonces uno de los corredores se levantó y dijo: vamos a comer
a otro lado.
Adoptamos un restaurante pequeño de una pareja que nos
atiende de maravilla y somos los únicos que vamos a esa hora. Hay buen café y
esos pancakes crujientes con miel de
maple…
Terminado el desayuno
se disuelve la comunidad que formamos por dos o tres horas los sábados de
madrugada. Cada uno se va por su lado, no tenemos nada más en común, no
somos amigos de colegio ni colegas de trabajo, no somos parientes ni rondamos
los mismos círculos. Nos ata el trote. Y
con eso nos basta. Como dice mi amigo ‘Teenager’, es lo mejor de la semana.
El más sociable de
los corredores es George. Invita a su casa. O a la playa.
George apuesta todo, qué tiempo vas a hacer en la maratón,
cuantas personas van a asistir a su fiesta, si le ganas o no le ganas a tal
persona en la carrera.
Una vez no vino de él la apuesta sino de una corredora que
para el efecto la llamaremos Soledad. Ella dijo: “te apuesto a que no le ganas a tu cuñada en Chicago”. Para George
fue ‘sangre en el ojo’, dijo: “acepto el reto”. Apostaron un almuerzo. Luego
George añadió el champán obligatorio. Posteriormente y para risas de todos,
exigió música en vivo. Y la apuesta siguió creciendo: “asistirán todos mis
amigos”.
George no era maratonista ni mucho menos, era un novato que
prometía, por lo que su cuñada era la favorita.
Averiguó cuánto tenía que hacer en la maratón para ganar la
apuesta. Entrenó como un loco y a
escondidas y llegado el momento hizo unos segundos menos que la cuñada.
En ese tiempo -2006- no había tanta tecnología y nadie sabía
los resultados hasta que se publicaban en la web.
Saliendo del área de carrera, se encontró con su esposa
Gabriela y fingió desilusión: me ganó tu
hermana…
“Le pagas a Soledad” - le amenazó Gabriela con el dedo
índice, decidida a que con eso aprendiera a no apostar más.
¡La que se armó cuando salieron los resultados! Soledad se puso a recoger fondos para pagar
la apuesta, sufriendo con la situación, tanto que los corredores empezaron a pedir a George que declinara la apuesta. Y
lo hizo cuando su familia política le
retiró el saludo.
Pero no aprendió y ahora
nos tiene con la apuesta de quién va a ser abuelo primero. Dice: el que
gane le invita al resto para restregarle su buena suerte.
No sé de qué hablan los ciclistas o los nadadores, pero lo que se habla en el trote, se queda en el
trote.
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