¿Qué deporte hacían tus papás?

  

Esta historia es famosa en la casa, pero le digo que me cuente otra vez.

En Primicias: https://www.primicias.ec/noticias/firmas/que-deporte-hacian-tus-papas/

 

 

Me reúno con mi papá para entrevistarlo. Nos sentamos en el jardín un poco distanciados y con mascarilla. A ratos le agarro el tobillo ya que no le puedo abrazar y menos, topar sus manos o besarle.

Le hicieron el examen PCR porque, Marco, el señor que le ayuda, “marcó” positivo en Covid 19.

Mi papá comenta que le dolió un poco el raspón que hacen dentro de la nariz. Dice con una sonrisa: “Marco dio positivo, pero su examen fue más barato; en cambio yo negativo y por eso fue más caro”. Nos reímos. Es que él vive contento.

Su mente es brillante, es tan agradable conversar con él, un poco a gritos ya que ha perdido el oído. Es su único achaque a los 96 años.

-¿Cuál es tu primer recuerdo al aire libre?

Va haciendo memoria. Dice: pedalear.

“Cuando salíamos a vacaciones yo iba a todo lado con la bicicleta. Mi papá nos trajo unas bicicletas de Estados Unidos, de esas americanas pesadas; yo quería una inglesa, una Raleigh con cambios.

Durante el año escolar me quedaba en la casa, teníamos un patio, algo jugábamos y hacíamos los deberes”.

- ¿A dónde iban fuera de Quito?

-De chico íbamos a Sangolquí, a Pifo, a Otavalo. Alquilábamos una casa y ahí nos quedábamos. Salíamos a caminar.

Qué buena idea –digo yo, como Airbnb, y comentamos que esta aplicación tiene un repunte increíble: ya no hay hospedajes para diciembre. Se interesa en el tema y le cuento que nosotros conseguimos con suerte una casa en Manabí.

Seguimos con sus excursiones de niñez. Me cuenta que mi abuelo arrendó unas haciendas por Mira.

¿Ahí fue tu primera montaña? –le pregunto. Y pienso ¿por qué no le he preguntado antes sobre esto?

De él nos llega la energía para probar cosas nuevas. Mi papá ha sido deportista y es súper activo, por eso es tan sano. Conecta naturalmente a las personas porque le encanta la gente; cuando lee algo que sabe que nos interesa, nos recorta del periódico o nos avisa.

-Siempre quise subir a pie al Pichincha porque lo veía desde mi casa, dice.

“Me gustaba jugar fútbol con mis amigos, sin ser muy especialista. En la escuela jugaba basket y en el colegio, vóley” –añade.

“Nadaba y jugaba tenis” -sigue recordando. “Jugaba con el contrincante que se presentara. Me acuerdo de un torneo en que le gané a un compañero del colegio que se jactaba de ser buen deportista”.

“Más tarde me hice amigo de un boxeador y me dio clases. Una noche estaba conversando con dos chicas y vino un tipo, les galanteó a ellas y a mí me hizo a un lado. Peleamos hasta que me sacó sangre y ahí se acabó la pelea. Y el box. Yo creí que ya tenía experiencia, dije: a este le elimino pronto”.

-¿Qué deportistas te inspiraban?

“Los futbolistas. Había dos equipos el Gladiador y el Gimnástico que era más popular. Yo era del Gimnástico. Me gustaba tomar fotos de los partidos.

Iba a los toros a la plaza Belmonte y a la Arenas. Aprendí a torear hasta que me cornearon.

Me gustaba Manolete y como no venía a Quito por la categoría que tenía, fui con un grupo a verle en Bogotá”, recuerda.

Le pregunto si había mujeres haciendo deporte y dice: “Me acuerdo de una rejoneadora… En USC conocí a algunas deportistas”.

Mi papá estudió en la Universidad de Southern California y, de eso sí me acuerdo, le gustaba ir al basket en las noches y le encantaba el fútbol americano. Durante años y ya desde Ecuador, seguía a los Trojans y le llegaba información de los juegos. También tenía una chompa y una gorra de USC.

Vamos terminando. Mi papá me contagia calma y es lo que necesitamos ahora, en la casa, en las redes, en nuestro interior.

En eso me dice: “falta mi encuentro con la viuda negra”.

Esta historia es famosa en la casa, pero le digo que me cuente otra vez. 

“En California jugando tenis dejé la camisa en un banco. Cuando terminé de jugar, regresé donde vivía y entré al baño a ducharme. Entonces de mi ropa sale una araña, era una viuda negra, mortal. Tenía mi zapato alado y la aplasté. Después le conté a la dueña de la casa lo sucedido. Ella se asustó mucho y me hizo jurar que había matado a la araña, porque si no era así, había que desocupar la casa y fumigarla”.

Siempre me espeluzna la temida araña negra de la historia, pero esta vez di gracias a Dios de que no le picó a mi papá, de que le tengo todavía conmigo y de que podemos sentarnos tranquilamente a conversar sobre cualquier cosa.

 

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