Léelo en Primicias: https://www.primicias.ec/noticias/firmas/cuatro-enormes-perros-tienen-emociones-personalidad/
Mis cuatro enormes perros ¿tienen
emociones y personalidad?
Se
despiertan de madrugada, se desperezan y sale cada uno por ahí a explorar el
jardín. Goncho con su peculiar movimiento se pone a oler una flor, luego la hierba
y con el hocico en punta, aspira el aire lleno de humedad por la lluvia de anoche.
Su hermana Maki mira de un lado al otro alistándose para jugar, mientras Naga
se revuelca en la hierba. Zunfo, grande y orondo, va despacio, se restriega en
las plantas con placer y todo su pelambre queda salpicado de rocío.
Recuerdo las
hermosas y entrañables palabras de Juan Ramón Jiménez, en Platero y yo:
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que
se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de
sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y se
va al prado y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las
florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: ¿Platero?, y viene
a mí con un trotecillo alegre, que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo
ideal…
Los animales
tienen emociones y personalidad, dice Jane Goodall, la conocida científica
inglesa que ha estudiado por años a los chimpancés.
Cada uno de mis
perros ha mostrado su personalidad.
Bucky, el
gran pastor alemán de mi niñez, amaba a mi mamá, por eso cuando, mi entonces
novio, Santiago, saludaba con ella, Bucky le mordía suavemente la nalga como
advirtiéndole: no te acerques mucho. Una vez hizo lo mismo con una señora que
vino de visita. Mi papá que también estaba presente evitó con un manotazo que
Bucky siga con su jueguito, y dijo: este tipo es molestoso. La señora asustada
le decía: tipo, tipo, quita tipo.
Yana fue la
gran mamá de dos camadas de labradores negros. Mi querido Méndez se perdió y
todavía me duele su ausencia, así como el cachorro Django Cara Blanca que de
pronto dejó de respirar. Tony Banoni, especialista en pandillas, nos encontró
en el mercado de Ibarra y decidió venir con nosotros.
Tom Goro –el
nombre fue puesto por mis hijos cuando eran chicos- se metía a las casas
vecinas. Un día, un vecino nos llamó: tu perro se está comiendo mi desayuno. Nuestra
siguiente pregunta fue: ¿eh, eh, es huevo revuelto?
¡Fue una
vergüenza!
Dumas, peludo
y único de la camada, era un Platero en esencia; Ciro, mascota de mi papá, vino
medio alicaído a vivir con nosotros y se puso rozagante con cepilladas y cariño;
la recordada boyera June, juguetona y buscapleitos, ¡cómo la quisimos! Finalmente,
Caos, que tenía terror de los rayos y los petardos, y se trepaba los muros queriendo
huir del ruido.
Mi esposo tenía a Butch, un labrador negro. Era inteligente, traía palos, nadaba, nos ladraba para jugar y caminaba a nuestro lado en los paseos.
Un familiar lo
llevó un día a caminar y entró a una cafetería, se quedó horas ahí mientras Butch
lo esperaba afuera. Cuando salió, olvidó a Butch y se fue en un auto. Cuando
regresó, ya no estaba. Hasta ahora nos duele y nos emociona lo que sintió ese
noble perro al verse abandonado y, quizás desesperado, siguió al carro y no
logró alcanzarlo, y de pronto se vio perdido. Qué pena y qué impotencia.
No nos
pongamos tristes y cuidemos a nuestros animalitos, gatos, perros, conejos, hamsters, burritos. Y a los pájaros,
abejas, lombrices, a todos. Están menos tiempo que nosotros, ¡pero nos dan
tanto!
Amar a los animales y hacer algo al respecto es comer menos carne y cada vez que compremos algo, preguntarnos: ¿afecta al medioambiente, hace daño a algún animal?
Como dice
Jane Goodall: “Las pequeñas decisiones pueden hacer del mundo un lugar mejor”.
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